La mística taoísta, rica en visiones prometedoras,
marcó profundamente la visión estética de los chinos, las miniaturas se
convirtieron en un medio de renovación de fuerzas, en un camino hacia la
inmortalidad. Los monjes taoístas desempeñaron un papel muy importante en el
desarrollo del bonsái.
Seducidos por sus cualidades, comenzaron a
recolectarlos para prolongar su vida en recipientes, posterior mente,
colocarlos en las escaleras de los templos para utilizarlos como elementos de
culto, tras largas sesiones de meditación, los taoístas llegaron a la
conclusión de que esos árboles en miniaturas, a los que bautizaron con el
nombre de “pun-sai”, concentraban la energía de los grandes árboles de los
bosques.
El árbol era el
eslabón que unía el cielo con la tierra, algo real y concreto que estimulaba la
meditación. Un pino o un manzano perdían
su significado y su valor individual para adquirir uno más importante en el
equilibrio de la meditación. El Yo del hombre perdía su valor individual para
formar parte de la fuerza vital del universo. Los japoneses entendieron el
bonsái de otra manera: lo consideraron una obra de arte, la expresión del
hombre como intérprete de la naturaleza.
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